Perú es sin duda uno de aquellos países que hay que situar en el top ten de los Grandes Viajes.

He tenido la suerte de visitarlo en dos ocasiones, a cuál mejor, y ya estoy pensando en la tercera.

Es un destino que no solo responde a las expectativas de lo que el viajero busca, sino que las sobrepasa con creces.

Tiene tanto que ofrecer que sería imposible resumirlo en estas líneas, y tampoco lo pretendo. Prefiero hablaros simplemente de mi experiencia, pero si queréis saber más, y contactáis con nosotros, me encantará entrar en detalles y confeccionar un viaje a vuestra medida.

Hace ya un par de años, visité lo que se supone que es el “must” de Perú (podéis leer el post que hice en su momento  ). En aquella ocasión visité Lima, Paracas (con las islas Ballestas y el sobrevuelo de las Líneas de Nazca) y ¿cómo no? Cuzco con el Valle Sagrado de los Incas y Macchu Picchu. Fue realmente un primer viaje a Perú por todo lo alto, que me dejó con ganes de mucho más.

 

En mi segundo viaje a Perú, he visitado Arequipa, la conocida Ciudad Blanca, de estilo totalmente colonial. Impresionante la vista desde lo alto del mirador, desde donde percibes que es una ciudad custodiada por majestuosos volcanes. Sobre cada uno de ellos existen diferentes leyendas.  

La visita del Monasterio de Santa Catalina es por supuesto algo que no debe faltar en la visita de Arequipa. Allí no solo verás, sino que acabarás sintiendo cómo ingresaban en él las novicias y todo el proceso hasta convertirse en prioras. Todavía quedan algunas viviendo allá, y manteniendo los patios y jardines, pero solo salen cuando el Monasterio cierra las puertas a los visitantes.

Pero Arequipa no es solo el Monasterio y la Plaza de Armas con su catedral. Merece la pena tener un tiempo para pasear por sus calles (la Seguridad es algo en lo que han hecho muchísimo hincapié, así que no debéis tener miedo alguno) y sobretodo entrar en pequeñas “picanterías” a degustar platos caseros de su gastronomía local, o deleitaros de la cocina del chef peruano por excelencia Gastón Acurio, que tiene en el centro de la Ciudad uno de sus restaurantes (al que acudí, y os recomiendo encarecidamente).  

 

Mi viaje continuaba en dirección hacia el Valle del Colca. Simplemente una maravilla. El paisaje hasta llegar al valle realmente te mantiene asombrado. Aquellas llanuras con los volcanes de fondo, a veces incluso reflejados en pequeñas lagunas, formaciones rocosas muy curiosas fruto de la erosión y sobretodo, la presencia constante de llamas, alpacas, vicuñas y guanacos.

Durante todo el recorrido, nuestros guías te irán contando tanto la historia como la leyenda de cada uno de los volcanes, y poco a poco acabarás sumergido en sus creencias y tradiciones.

Del valle en sí, ¿qué deciros? Simplemente una maravilla, pero ya no solo de la naturaleza, sino fruto de la necesidad y la destreza de sus habitantes que han creado todas esas terrazas de cultivo que le dan un aspecto característico, y que, a su vez, a día de hoy, junto con la aportación que reciben del turismo, sigue siendo su principal sustento.

Impresionante la subida a lo alto del cañón del Colca, a primera hora de la mañana, para contemplar el primer vuelo del cóndor. Los tenía a poquísimos metros de distancia, justo debajo mío, y os puedo asegurar que presenciar como arrancan el vuelo, el ruido del revoloteo de sus alas, y la paz que transmite su planeo, sobre la majestuosidad del cañón, es una de las sensaciones que jamás se olvidan.

La siguiente etapa de mi viaje me llevo hasta Puno. Si bien la ciudad en sí, sinceramente he de reconocer que no tiene un atractivo especial, el lago sobre el que se recuesta, es de visita obligada, ya no solo a nivel paisajista, que es algo maravilloso, sino por la posibilidad de poder visitar y sobretodo convivir con las comunidades locales que viven en sus diferentes islas.  

 

Si bien las más conocidas son las islas flotantes de los Uros y Taquile ( que para nada con esto estoy catalogando de “turistadas”, es más considero que hay que visitarlas ), hay otras más remotas y menos visitadas, donde puedes pasar el día en casa de familias que te abren sus puertas, te cuentan cómo es su día a día y te invitan a participar de ello, ya sea en el campo cultivando la quínoa, seleccionando papas, cuidando del ganado e incluso participando de sus encuentros con el resto de la comunidad, para disfrutar de sus danzas con sus atuendos típicos.

 

Os diré que, para mí, ésta fue una de las grandes experiencias que me llevo.

Por último, este viaje acababa en el Norte del país. Volé a la Ciudad de Iquitos, para adentrarme en una expedición por la selva a amazónica, a bordo de un crucero. La experiencia fue tal, que merece un post aparte, así que os animo a leerlo. 

 

Solo me queda añadiros que, cuando mis compañeros y yo viajamos, no lo hacemos solamente para satisfacer nuestras expectativas como turistas (mentiría si dijera que esta no es una de las razones), sino que lo hacemos con la finalidad de constatar la calidad de los servicios, para tomar nuestras propias conclusiones, y así crear itinerarios propios, que se ajusten a las necesidades de cada pasajero, incluyendo todo aquello que garantice que su experiencia sea un éxito.